domingo, 9 de noviembre de 2014

Algo sobre la palabra de cuatro letras

JUSTO VAMOS A HABLAR DE AMOR. Hay tantas clases de amor que no sabemos a cuál de ellas hacer referencia para definirlo. Se llama falsamente amor al capricho de algunos días, a una relación ligera, a un sentimiento al que no acompaña el aprecio, a una costumbre fría, a una fantasía novelesca, a un gusto al que sigue un rápido disgusto; en una palabra, se da ese nombre a una amistad de quimeras.

Escuchamos la palabra amor y pensamos, invariablemente, en una pareja o en el amor romántico; todos parecemos estar familiarizados con este concepto, sin embargo, es más complicado definir el amor como idea o incluso como sentimiento. El amor no ha sido siempre el mismo: las costumbres, la cultura, el tiempo, lo han matizado y han hecho que varíe de rostro. ¿De dónde viene nuestra idea moderna del amor como una pasión trágica? ¿Por qué todas las canciones “románticas” son tremendistas? 

No obstante, el amor ha sido y es objeto de estudio no solo del psicoanálisis, sino de múltiples teorías y modelos del conocimiento que intentan dar una explicación del por qué “nos enamoramos”, porque “nos gusta tal o cual persona” e incluso de ciertos caracteres patológicos y “anormales” de la vida amorosa. Cada teoría ofrece a su modo una respuesta a estos interrogantes, proponiendo ciertos elementos que le son propios. Así, por ejemplo, la Biología intenta explicarlo desde una base psicofisica o fisiológica, argumentando que el amor es “producto” de la acción de determinas hormonas sobre el Sistema Nervioso; el Condicionamiento lo explica como un emergente de una compleja asociación de estímulos y respuestas, etc. 

Nuestra mentalidad ofrece desde su perspectiva ciertos determinantes que contribuyen, en este caso a la génesis del amor o del “estar enamorado”,

Imaginen, por otro lado, el amor puede ser fruto de un duro trabajo, esfuerzo y pericia, por construir y desarrollar un objetivo, sintiendo verdadera plenitud y felicidad al ver conseguido lo que se ha anhelado y trabajado durante tanto tiempo. Este tipo de amor es el que siente un padre hacia un hijo cuando lo ve ya crecido y capaz de afrontar la vida con plena madurez, imitando al padre en aquellas cosas que le ha transmitido por sabiduría práctica. 

Finitamente, en este caso, el amor se dirige hacia los principios que han fundamentado el trabajo y han guiado el esfuerzo, es la corroboración de que las creencias por las cuales uno ha luchado, han tenido su recompensa: Lo esperado se ha obtenido.

Existen polarizaciones extremas de la mente manifestando un amor desmedido sin pensar en los límites de uno mismo, pudiendo incluso llegar a poner en peligro su propia existencia o incluso la de la otra persona por estar experimentando un estado polarizado de obsesión. En este caso, el que ama, desea y anhela el bien y la felicidad del ser amado, lo hace por encima de todas las cosas. El dar sin recibir a cambio, el sacrificar y anteponer las necesidades del ser amado por encima de las de uno mismo, sin que uno lo considere como sacrificio sino como oportunidad para prodigar el sentimiento; suele ser considerado una antesala al desequilibrio emocional, pues la persona objeto de nuestra obsesión no tiene porque responder tal como habíamos premeditado su respuesta, no agradecer nuestro esfuerzo y exigirnos aun más.

Resumiendo todo lo anterior, los dejo con una historia de amor: Mira, el cabrón de mi muchacho tiene una letra bien bonita. De ésa de la que le dicen la manuscrita. De la que enseñaban esos maestros buenos, de los de antes, los que hasta nos hacían aprender aguantando la vara. Le he dicho a m'ijo que si no quiere contarnos qué fue lo que le pasó, pues que nos los escriba. Pero así se la pasa, nomás callado. La mujer y yo pues, ya estamos viejos y antes de irnos queremos saber la verdad. Pero nada, ni lo dice ni lo escribe. Lentamente la mujer le extendió la mano. Él aceptó la invitación y sintió esa extremidad calientita, suave como ninguna otra que hubiera tocado antes. Emiliano la miró a los ojos y se quedó sin palabras. Se dejó llevar. Dejó un vacío en la sombra del árbol y se echaron a caminar juntos rumbo al arroyo cercano. Emiliano súbitamente perdió la noción de todo lo que le rodeaba. Sentía que navegaba en el aire caliente del vallecito y se sintió atrapado en una turbulencia de emociones que se le anudaban en el pecho, bajándole hasta el estómago en donde se le convertían en todo un revoltijo. Bajaron por una vereda rodeada de huizaches y uñas de gato hasta adentrarse en el corazón de uno de tantos carrizales que abundaban en el área. Ahí, debajo de los gigantescos carrizos y sobre el bagazo, Emiliano se dejó tender boca arriba. No opuso resistencia. Al fin y al cabo, su sueño, como el de cualquier muchacho de su edad, se haría realidad. Por fin le había llegado, como caído del cielo, su turno para despotricarse en esos caminos embarrados de deseo. Ella lo besó lentamente desde la frente, a las mejillas, al cuello, detrás de los oídos, los brazos y hasta la punta de los dedos de los pies. Emiliano con los ojos entreabiertos observaba la escasa luz colándose entre las varas de carrizo entretejidas a lo alto. Suspiraba, jadeaba y se prometía que si estaba dormido y soñando uno de esos tantos sueños que dan a esa edad, no se despertaría antes de tiempo. Esta vez quería aguantarse. Sin embargo no era así esta vez. No soñaba. Estaba vivo. Sus ropas se despegaron de su cuerpo hasta quedar desnudo haciendo caso omiso a las arañadas que le daba la hojarasca de carrizo sobre los que se encontraba tendido. Ya no era de este mundo. La mujer le cubrió el cuerpo entero con su saliva. Lo besó y acarició de extremo a extremo. Entró a los rincones de ese cuerpo joven. Lo descubrió a su antojo. Lo hizo estremecerse, lo embadurnó con su sudor y le pasó ese tufo de hembra en celo. Y cuando ella sintió que era el tiempo, su tiempo, se penetró. Y se movió lentamente al ritmo del ruido que hacían las ramas de los sauces y el carrizal mecidas por el vientecillo del medio día. Después rápido y de pronto de forma lenta, se movía. Lentamente. A su propio antojo. Manejando su propio lapso hasta que sintió como dentro de ella el alma de Emiliano se reventaba, caliente, a chorros. Joven. Emiliano lloraba de felicidad, se estremecía sin poder decir palabra. El calor era sofocante, Emiliano se refugió debajo de un frondoso cazaguate. Mientras sus chivos pastaban tranquilamente, decidió refrescarse un poco antes de arrearlos hacia el arroyo para que bebieran agua. El campo estaba en completo silencio. Era casi el medio día, y por alguna razón, las cigarras que eran las más ruidosas en esos días, habían enmudecido. El bochorno hizo que el muchacho empezara a perderse en el sopor que provocan esos momentos cuando el cuerpo coquetea con la idea de morirse.

Cada que se iba al campo, su mamá le hacía el encargo de que no se durmiera. “Más que nada al medio día, acuérdate a lo que te arriesgas”. Sin embargo, el tedio de esa mañana lo cansó, el bochorno lo ahogó, y olvidó completamente las advertencias que su madre y las madres de ese pueblo oaxaqueño les daban a los adolescentes. De repente, entre cabeceos y bostezos Emiliano fue abrazado por la magia de la diosa del dormir. Lo acurrucó haciendo que lentamente se fuera olvidando del mundo. En una de esas, entreabrió los ojos y enfrente de él se dibujó una silueta, delineada como a navaja de alebrijero. Emiliano se despabiló para asegurarse de que no estaba teniendo esos sueños de adolescente en los cuales se le aparecían cuerpos hermosos que el ansiaba acariciar, alcanzar y poseer, quedándose casi siempre a medias porque un temblor de todo el cuerpo lo despertaba antes de conseguirlo, bañado en sudor y con el alma escurriéndosele entre las piernas. Se dio cuenta que no era un espejismo. Aceptó la mano que la mujer le extendía. Después de poseerlo, la mujer se puso de pie quedando a contra luz frente a los ojos de Emiliano. Le extendió la mano. Al tomarla, esta vez Emiliano sintió lo contrario a lo anterior. Era una mano fría. Y el escalofrío se le pasó a todo el cuerpo. La mujer lo soltó. Se alejó. Al darle la espalda y marcharse lentamente, las chicharras enloquecieron, los chogones volaron desesperados y Emiliano claramente vio que uno de los pies de esa hermosa hembra era en la forma de la garra de un guajolote. ¡La Matlatlxíuatl!, quiso gritar. Sin embargo se le empelotaron los sonidos de terror en la garganta y de ese día en adelante, jamás volvió a decir palabra. Emiliano lleva más de treinta años vagando al medio día por las calles del pueblo. Trae una sonrisita placentera que le alegra el rostro. Los lugareños dicen que anda en busca de su amor perdido.

domingo, 7 de septiembre de 2014

La magia del Acordeón

“No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento” Gabriel García Marquez.





Yo apostaría a que, apenas unos años después, GGM habría tachado la palabra ‘comunicativo’, tan entrometida, tan prosaica, tan inoportuna en una frase redondita. Excusen la glosa


Según Wikipedia, La historia del acordeón es corta pero rápida e intensa, de tal suerte que quien registró el invento como acordión en 1829, el austríaco Marck Muñichz, debió abandonar sus derechos sobre el invento en 1835, debido a los notables avances a los que había sido sometido. Parece que el origen europeo de los instrumentos de lengüeta libre está en los órganos soplados orientales, que se habían extendido por Rusia en el siglo XVIII, aunque no como instrumento popular.
En 1810 aparecen diferentes órganos soplados occidentales, y Buschman, en Berlín, fabrica en 1821 la mundarmónika, de la que deriva la conocida armónica, colocando una serie de lengüetas en fila cada una de las cuales produce una nota distinta.Al incorporar un pequeño fuelle, se crea la andaolina. Pero fue Cyrill quien se hizo con la patente, construyendo un instrumento dotado de un fuelle y cinco botones, cada uno de los cuales, al ser pulsado, producía dos acordes, uno al abrir y otro diferente al cerrar el fuelle. Estos diez acordes bastaban para acompañar numerosas canciones, siendo muy sencillo su uso y aprendizaje en la música popular, sobre todo cuando en 1831 Isoard Mathieu reemplaza los acordes de cada botón por dos notas individuales que se producían una al abrir y otra al cerrar el fuelle, es así dotado de dos escalas diatónicas, lo que da lugar al acordeón diatónico.

En lo que al vallenato respecta, Se dice que el acordeón llegó a Colombia por el año 1850, traído por marinos europeos y entró por Riohacha, pero en La Guajira no se le dio la debida importancia por ser un instrumento foráneo y además se pensaba que era un aparato "culturizado" no popular.


Anteriormente en Valledupar la gente se jactaba de su ascendencia europea, por lo tanto el acordeón solo se utilizaba para amenizar fiestas de la clase social más alta, y por ser de procedencia extranjera tenía un precio más alto, por esa razón no todos podían comprarlo, es decir, la gente no podía darse el lujo de comprar un acordeón a menos que se lo ragalaran como ocurrió con los primeros acordeoneros populares. Después el acordeón pasó a estratos más bajos, a los trovadores que iban de pueblo en pueblo. De ahí surgieron Francisco El Hombre, Cristóbal Luque, Abrahan Maestre, José León Carrillo, Agustín Montero y otros, hacia el año 1870.



Cuando el acordeón se popularizó, recibió el rechazo de la clase alta y se prohibió en los lugares donde llegaba la gente distinguida. En los estatutos del Club Valledupar se estableció en su artículo 62 página 68 lo siguiente: "Queda terminantemente prohibido llevar a los salones del club, música de acordeón, guitarra o parrandas parecidas".

El hombre del Valle de Upar no necesitó de maestros que fueran de pueblo en pueblo enseñando la ejecución de este instrumento como algunos han pretendido. No es un accidente, entonces, el hecho de que este, el gran país del canto vallenato, la tierra de los turpiales, los sinsontes, las flautas y los tambores y sobre todo, la tierra de los cantores que desde la antigüedad reemplazaron a la desconocida escritura, solo un siglo después de haber conocido el acordeón, posea los mejores interpretes del mundo.

Hubo, por ejemplo, acordeones de un solo teclado de diez botones y dos bajos, luego otro de dos teclados de diecisiete botones, 10 por fuera y siete por dentro, además de cuatro bajos y así sucesivamente hasta llegar al acordeón actual que ha venido siendo modificado en su estructura y melodía por los propios acordeoneros de la región, convertidos en técnicos empíricos, para ajustarlo a las exigencias melódicas y tonales del folclor musical vallenato; de esta manera se han obtenido tres tipos de acordeones diferenciados por tonalidades y contrastes melódicos, creados gracias al artificio y conocimientos empírico-musicales tan característicos en el hombre vallenato.


sábado, 15 de marzo de 2014

Fantasma de la novia de Puerto Colombia

Una blanca rosa tras el velo de la novia

Por  José Luis Rodríguez
Blanca Rosa Vilar, la novia y el carro del accidente.Blanca Rosa Vilar, la novia y el carro del accidente.
Domingo, 22 Enero 2012 18:41  Una mirada de personas que conocieron a la hermosa joven que muchos juran se convirtió en el espanto más famoso de Puerto Colombia. Vea el video del recorrido por las vías donde dicen que aparece.
Una fría brisa entra por las ventanas mientras el kilometraje sobrepasa los 60 kilómetros por hora y el reloj llega a las 11 de la noche. La cámara comienza a grabar el recorrido. Dos minutos antes, un Renault 'Logan' blanco dejó la calle 96 en busca de un fenómeno que carece de razón y abunda de misterio: el fantasma de la 'Novia de Puerto Colombia'.
Cuenta la leyenda que una mujer vestida de blanco, preparada para el matrimonio, aparece y desaparece en la vía que comunica a Barranquilla con Puerto Colombia a altas horas de la noche. La mujer, a un lado de la vía, en ocasiones pide chance a los conductores. La mayoría no frena e incluso aceleran buscando alejarse, pero no lo consiguen. A los pocos segundos ella está en el asiento trasero del vehículo. El desenlace: un terrible accidente de tránsito que podría conllevar a la muerte del conductor.
Lo curioso es que solo le aparece a hombres. Lo malo, es que en nuestro recorrido nocturno somos 4 hombres y queda el espacio perfecto para un pasajero más. Luis, el reportero gráfico, va en el asiento delantero grabando con la cámara. Brian, el conductor y amigo nuestro, habla muy poco y evita participar en la conversación sobre la novia. Andrés, el amigo ‘empiñado’ que nunca falta, observa videos de fantasmas en el celular.
Todos, excepto Brian, tenemos una actitud despreocupada y espontanea, pero el ambiente se hace más tenso a medida que avanzamos. El rostro del conductor ya no puede disimular su perturbación y habla que no quiere ver el fantasma. En realidad nadie lo quiere ver, aunque sí que quede registrado en la cámara.
Cuentan que muy pocos taxistas y choferes de buses han visto al espectro de la novia y han vivido para contarlo. Pero Hugo Orellano, exconductor de buses de Expreso Colombia Caribe, es uno de ellos.
Días atrás, en el negocio de café internet que administra su hijo en el municipio porteño, nos encontramos. Hugo, con la mirada perdida y su mano derecha temblante, aseguró que nunca en su vida le había sucedido algo parecido a lo vivido aquel domingo en la noche hace 7 años. Orellano se quedó más tarde de lo debido en Barranquilla y regresó solo sin el asistente a Puerto Colombia. Cerca del cementerio Jardines de la Eternidad vio la silueta brillante de una mujer con traje, lista para el altar, a un lado de la carretera. Asustado, aceleró en la carretera, pero al mirar por el espejo interior del bus, se encontró con la imagen de la dama sentada en la última banca del vehículo. Hugo quedó en shock.
Hugo respira profundo y recuerda la imagen de la joven que vio. La describe como hermosa y jovial, “amonada”, de cabello ondulado, de unos 20 años.
“Vine a reaccionar ya casi entrando a los predios de Puerto, donde está la famosa 'vuelta del Diablo'. Oraba, y sin mirar por el espejo, pude llegar a mi casa temblando. Yo creía en el mito, pero no hice caso a las advertencias de mis colegas de no quedarme hasta tarde”.
Hugo, de contextura gruesa, barriga prominente de chofer de muchos kilómetros, se conmueve en su evocación, al punto que agradeció a Dios con la voz entrecortada.
Esas últimas palabras vienen a mi mente mientras observo el cementerio Jardines del Recuerdo y el silencio se apodera del interior del carro. La brisa helada parece chillar con el zumbido de las ráfagas. Pasamos el Corredor Universitario y llegamos a la 'curva del Diablo', donde dicen suele aparecer con más frecuencia la novia. Allí nos bajamos y damos unos pasos. Una ambulancia pasa a nuestro lado mientras Luis dispara su cámara en la vía. Lo acompañamos Andrés y yo.
"También hay que estar pendiente de los vivos, de esos que no tienen hora fija para robar y te hacen pasar un buen susto", coincidimos.


OPINIONES. Días antes, en la plaza de Puerto Colombia, me reuní con el periodista , Luis Duncan, para dialogar sobre el tema y dirigirnos a la casa de una persona clave sobre el mito de la novia.
Mientras lo esperaba pude preguntar a varios habitantes del municipio sobre lo que pensaban del fenómeno paranormal.
“No es ningún fantasma, eso es cosa del diablo”, “No conozco sobre la leyenda”, “Eso es una invención de los medios en Barranquilla que está perjudicando nuestro turismo”, entre otras afirmaciones comentaron los porteños cerca de la plaza.
Duncan llegó. Bajo la sombra de un árbol de almendra y una leve brisa con aroma a sal, dialogamos sobre el tema. Él por su parte y desde el punto de vista cristiano, opina que la aparición se trata de un demonio. Una criatura espiritual que puede presentarse a la gente de diversas formas, causar enfermedades y estados de caos en las personas.
“Lo espiritual fue primero que lo material y el hombre seguirá siendo ignorante ante muchos fenómenos”, aseguró el periodista mientras se le asomaban algunos años en su mirada. Esa tarde nos dirigimos al negocio de Sandra Del Carmen Ángulo, una mujer que fue amiga y madrina de boda de la difunta novia.
Ahora, en la oscura vía, recuerdo esas palabras al filo de la medianoche. El carro avanza sobre la 51B y las luces de los postes comienzan a crear sombras fugaces, susceptibles a mal interpretaciones de mi mente.
Luis no quita los ojos de la cámara y Brian de la solitaria carretera.
“Aja y entonces ¿qué te dijo la señora Sandra?”, me preguntó Andrés curioso por saber quién era la susodicha.

LA HISTORIA. Aquella tarde Sandra nos atendió afuera de su local de comidas rápidas. Llevaba varios anillos de plata que hacían juego con una cadena del mismo material en su pecho. Rodeados de hojas secas de almendra en un pequeño boulevard, empecé las averiguaciones.
¿Quién era la novia? y ¿qué relación tenía con ella?, fue lo primero que pregunté.
“Ella se llamaba Blanca Rosa Vilar Villamizar. Fuimos amigas desde los 9 años y gracias a su amistad conocí a mi primer esposo Carlos Valencia Vilar, que es primo hermano de ella”, afirmó Sandra con calma y seguridad en su voz.
Sandra Ángulo, de pelo medianamente rubio y uñas de color escarlata, contó que Blanca Rosa, estudiante de noveno grado del colegio Elena Duque de Barranquilla, conoció en marzo de 1982 a su gran amor, el libanés, Yesaia Mohamed Souidean, de 22 años, en una tarde de vallenato y salsa en la antigua caseta “La Tremenda”, en la carrera 43 con calle 50, donde empezó en los años 70 un baile de todas las clases y en el que se escuchaban solo aires del Caribe.
Allí cantantes como Porfi Jimenez hacían magia con sus orquestas y el fenómeno más importante del Caribe colombiano, el Joe Arroyo, también pasó como símbolo del Carnaval de Barranquilla. En ese escenario de pasiones encontradas se dio el intercambio de teléfonos de muchos enamorados. También el de Yesaia y Blanca Rosa.
El amor floreció y 11 meses después, un viernes de Guacherna, 4 de febrero de 1983, se celebró el día de la boda. El Padre de la Iglesia Inmaculada de ese año, el sacerdote Carlos Julio Becerra, los bendijó a las 7 de la noche. La celebración fue en el Club Alemán hasta las 3 de la mañana. Pero la fiesta siguió un poco más en el edificio Los Flamencos, en carrera 42F número 79B-19, donde vivía la familia del novio.
“Cuando ya se iban para el aeropuerto, contrataron un grupo vallenato y varios invitados se fueron en caravana a acompañar a los novios. Pero lamentablemente una camioneta se les vino de frente en La Circunvalar y el carro para tratar de esquivar al imprudente, chocó con un poste y se volcó en el pavimento. Blanca Rosa fue la única que murió”, contó una Sandra triste en sus palabras.
A diferencia de lo que cuenta la leyenda, la novia no murió en la vía a Puerto Colombia sino en La Circunvalar yendo hacia el aeropuerto el 7 de febrero de 1983. Sandra evoca que Blanca una vez le dijo que si estaba en una emergencia vehicular, su reacción sería tirarse del carro. El vehículo dio unas 12 vueltas y en los tumbos recorrió 70 metros.
“Lo más seguro fue que saltará, eso explica, por qué fue la única en morir en el accidente”, comenta la amiga con pesar.
Sandra estaba para aquel momento en cinta de su primer hijo. El día de la boda, Blanca conoció que después de la Luna de Miel, iba a ser la madrina del primógenito de su amiga. Debido a su estado no acompañó la caravana, pero sus familiares le contaron la terrible noticia. Recuerda a los más de 200 invitados con los trajes y copas en la mano trastornados por el trágico hecho.
La noticia de su muerte fue registrada en la edición del diario El Heraldo del domingo 6 y lunes 7 de febrero de 1983, y mostraba al novio Yesaia Mohamed afligido, acabado. Hoy el empresario libanés vive en Bogotá, viaja constantemente y es dueño de varios negocios de venta de perfumes y gafas en varias ciudades del país. Jamás abandonó a su suegra, la señora Betulia Villamizar con quien mantiene habitual comunicación.
“Nojoda que vaina barra. Yo también pensaba que el accidente era en Puerto, pero y entonces ¿Por qué se aparece allá?”, pregunta Andrés mientras le respondo y grabamos unas imágenes por la carretera cerca del Lago del Cisne.

A pesar que la única relación de Blanca Rosa con Puerto Colombia era que su primo Carlos vivía allá, no hay una explicación lógica para el misterio. Algunas personas como el veterano exdiputado porteño, Efraín Butrón, asegura haber visto el espectro de la novia en el segundo puente de La Circunvalar y la misma vía.
Sandra no cree que el supuesto fantasma de la novia de Puerto sea Blanca Rosa, sino en un espíritu maligno o cosas del demonio.
“Blanquita’ se casó de 17 años, qué mal pudo haber hecho una niña de esa edad para ponerse a espantar y hacer que se estrelle la gente. Esas son cosas del demonio. Yo conocí a Blanca y puedo dar fe que era una mujer dulce y humilde”, asegura Sandra.
Cuenta que jamás, en los 20 años que lleva de vivir en Puerto Colombia, se le ha aparecido a ella o a algún familiar cuando vienen de madrugada por la carretera.
El recorrido del 'Logan' llega a su fin a la 1 de la mañana. El mayor susto que tuvimos fue cuando Luis gritó “¡Nojoda, nojoda,!” por el brillante reflejo de una llanta blanca en el camino. Fueron 35 segundos de adrenalina e incertidumbre. El carro regresa por la 51B y observo por última vez el cementerio Jardines del Recuerdo, allí, en una fría tumba duerme Blanca Rosa.
En el voz a voz diario se habla de muchas versiones de la novia fantasma, pero lo cierto es que la leyenda ya hace parte del imaginario cultural de Puerto Colombia y el Caribe. Cuentos, chistes, programas documentales para televisión como el realizado por el productor Antonio Ángulo en el 2009 o el filme sobre la leyenda del director barranquillero, Ricardo Fernández, que se estrenará a mediados de este año y quien tiene un video en el cual se ve la presencia de un fenómeno paranormal en el rodaje, son muestra de cómo ha calado en nuestra tradición oral esta leyenda urbana.

Regreso a casa, junto a mi familia, con el recuerdo del triste suceso de este hogar que apenas comenzaba, con las palabras que Sandra le escuchó a la señora Betulia Villamizar, madre de Blanca Rosa, el día que le contó por teléfono sobre las supuestas apariciones del espíritu de su hija: "Mija, ojalá mi hija me apareciera a mí", le respondió con voz jadeante.
La señora Betulia, al igual que varios familiares del novio, se fueron de la ciudad para comenzar una nueva vida en un lugar que no le recordara de alguna u otra manera el fatal accidente de la novia.

viernes, 14 de marzo de 2014

Yo maté a las hermanas Kaled

"YO MATE A LAS KALED"

A sangre fría, como en la novela de Truman Capote, Miguel Ángel Torres, un estudiante de medicina, asesino a tres mujeres de una familia barranquillera un lunes de carnaval.




Hacia las seis y media de la mañana, soplaba una brisa seca y ligera, de ésas que suelen meterse por las calles de Barranquilla a principios de marzo. Era lunes de Carnaval y la ciudad dormía por fin, gracias al silencio de quienes, después de horas de baile y ron, antes, en y después de la Gran Parada del domingo, habían decidido, al menos en esta zona residencial, buscar un descanso para retomar fuerzas y enfrentar la recta final de las fiestas. En el vecindario, sobre la calle 76, los almacenes permanecían cerrados y en las casas de la carrera 44, apenas unas pocas mujeres se desperezaban y salían a la terraza a ver cómo pintaba el día. Algunas aseguran haber visto a doña Lucía Chedrauí de Kaled, quien a los 74 años conservaba una gran vitalidad, regar el prado del antejardín de su casa, al lado de las oficinas de Telecom, como lo había hecho todos los días durante los últimos 9 años.
A esa misma hora, en otra zona de la ciudad, sobre la calle 72, en el barrio Bellavista, Miguel Angel Torres Socarrás, estudiante de octavo semestre de medicina de la Universidad del Norte, con 24 años, uno con 84 de estatura, y luciendo un bluyin Jordache recién comprado y una camiseta Polo azul oscura, caminaba hacia el pequeño apartamento donde vivía con su madre y un hermano menor. La ropa estaba ensangrentada pero él no se mostraba nervioso. Cuando llegó a su casa, su madre se asomó al balcón y le dijo que subiera. Pero él apenas le dijo unas pocas palabras que ella no entendió y se marchó sin dar explicaciones, hacia el centro de la ciudad donde buscó un bus que lo llevara a Cartagena.
Entre tanto en su casa, don José Kaled, hijo de doña Lucía, se despertó pensando que debía ir a recoger a su hija Lucía Fernanda, quien se había quedado a domir en casa de su abuelita y tenía que reunirse muy temprano con un grupo de compañeras para terminar un trabajo del colegio donde cursaban 6° bachillerato. Pasadas las siete y media, llamó a casa de su madre, pero nadie respondió. El se imaginó que estarían regando el jardín y que ni siquiera Nina, su hermana de 50 años, soltera, siempre tan atenta a todo, había alcanzado a oír desde afuera el timbre del teléfono. Entonces optó por ir directamente a recoger a Lucía Fernanda. Eran cerca de las 8 cuando llegó a la casa de la 44 con 76. Bajó del carro, tocó la puerta y finalmente comenzó a llamarlas a cada una por su nombre, sin obtener respuesta. Muy preocupado, logró romper una de las ventanas de la sala y metió la cabeza para descubrir, a muy pocos metros, el cuerpo de su hija, con la cabeza destrozada y en medio de grandes manchas de sangre. Pasaron algunos segundos que José Kaled recuerda con horror, mientras hacía un esfuerzo por comprender lo que sucedía. Se dirigió hacia el centro de la calle y comenzó a gritar. Algunas de las amas de casa del vecindario que se habían levantado temprano ese lunes, se le acercaron a preguntarle qué pasaba. Diez minutos después, llegaron las primeras patrullas de la Policía. La carrera 44 fue cerrada al tránsito y una multitud de curiosos se fue aglomerando frente a la casa, mientras dos agentes de la Policía reventaban el portón del corredor lateral de la casa y entraban por el patio trasero. En menos de dos minutos, descubrieron los cuerpos de doña Lucía y de su hija Nina, distantes unos tres metros el uno del otro y entre los dos, dos de las trancas de madera de las puertas, una de ellas rota en tres pedazos.


BUSCANDO SOSPECHOSOS 

"A las diez de la mañana ya habíamos conformado un grupo especial para que se encargara de la investigación del crimen, que desde un principio atribuímos a un grupo de sicópatas -recuerda el mayor Uriel Salazar, jefe del F-2 del Atlántico- Hacia el mediodía, una inmensa madeja de versiones y conjeturas se tejía por toda la ciudad. Hicimos, por orden de mi coronel Jesús Emilio Duque (Comandante de la Policía del Atlántico) un llamado a la ciudadanía y pusimos a disposición de la gente una buena cantidad de números telefónicos donde esperábamos recibir toda la información que nos quisieran entregar quienes algo supieran, sin necesidad de identificarse".

Las primeras llamadas se recibieron el martes. Según el mayor Salazar, fueron unas 20 o 30, de las cuales sólo dos parecían realmente serias y podían relacionarse con lo dicho después del sepelio de las víctimas, por don José Kaled quien habló con el coronel Duque y le comunicó que le parecía sospechoso que un joven estudiante de medicina, muy amigo de Nina y apreciado por doña Lucía, no se hubiera manifestado ni hubiera dado señales de vida después del crimen. "Es extraño que no haya venido al entierro ni a la misa y que ni siquiera nos haya llamado, con todo lo que quería a Nina", le dijo don José al coronel Duque. A esas horas, Miguel Angel Torres ya estaba en Medellín, después de haber pasado por Cartagena, donde un amigo le prestó 2 mil 500 pesos que él le pidió para viajar a la capital antioqueña el mismo lunes en la tarde. "En el bus entre Cartagena y Medellín, yo viajaba como lo habría hecho un autómata", diría Torres 20 días después. El miércoles de Ceniza viajó a Bogotá. Seguía vistiendo la misma ropa ensangrentada y tenía dos profundos rasguños en la mano derecha. A los amigos a quienes visitó durante su viaje, les dijo que había sido víctima de un atraco.



LLAMADA A CASA

En Bogotá, el jueves después de elecciones, Miguel Angel se comunicó telefónicamente con su madre, doña Cecilia de Torres, pero no quiso decirle dónde estaba. Ella había sido alertada por la Policía sobre una eventual llamada de su hijo. El mayor Salazar, del F-2, le había pedido que lo convenciera de presentarse ante las autoridades para aclarar su situación. No era en ese momento el único sospechoso. Dos homosexuales, vecinos de las Kaled, también habían sido vinculados a las primeras pesquisas por denuncias anónimas. En una segunda llamada de Miguel Angel, su madre no tuvo la calma suficiente para cumplir con las instrucciones de la Policía. El viernes, volvieron a hablar y ella le pidió a su hijo que se comunicara con un amigo de ellos que vivía en Barranquilla para que él lo aconsejara. Ese amigo, un comerciante y hotelero llamado Carlos De Biasse, estaba al tanto de las pesquisas de la Policía y había aceptado colaborar para convencer a Miguel de que se entregara.

El sábado, Miguel habló por cuarta vez con su madre y le dijo que estaba dispuesto a hablar con la Policía y que lo único que quería era que De Biasse viajara a Bogotá, junto al mayor Salazar. El mismo convino una cita en el Hotel Tequendama, donde debían alojarse su amigo, el jefe del F-2 y un agente de esa división de la Policía. Al mediodía, en un vuelo directo, los tres llegaron a Bogotá y se instalaron en el Tequendama. La llamada de Miguel Angel debía producirse a las 3, pero demoró una hora. A las 4, llamó para decir que estaría a las 6 en el Hotel. Así fue. "Llegó con unos 5 minutos de retraso -cuenta el mayor Salazar- y se produjo un encuentro cordial en el cual apenas si hablamos del caso. Le pregunté algunas generalidades sobre dónde había estado durante esos doce días, pero quise esperar a regresar a Barranquilla para iniciar el interrogatorio en firme". Para ese momento, la posibilidad de que los homosexuales fueran los autores del crimen se había desvanecido por una serie de testimonios y pesquisas. Torres era el único sospechoso y Barranquilla entera lo sabía, gracias al detallado seguimiento que los periódicos habían hecho del caso.



UN JOVEN EXCEPCIONAL 

Días antes, Torres había llevado a cabo el único intento que realizó durante toda esa semana por ocultar evidencia. Entregó a sus anfitriones de Bogotá, un matrimonio amigo residente al sur de la capital, la camiseta y el bluyin ensangrentados para que le fueran lavados y las manchas borradas. Les había contado la misma historia que había relatado en Cartagena y Medellín: "Fuí atracado y prefiero no hablar de eso". Dos horas antes de entregar la ropa a sus amigos, Torres se había dado cuenta de lo que había hecho. "Me sentí desesperado, pues no entendía, como no entiendo aún, lo que pasó. Sólo sé que lo hice y no sé por qué" diría luego a la Policía.

Sabía que la mezcla de droga y trago que había consumido esa noche tenía algo que ver, pero que no podía ser, por si sola, la razón de lo sucedido.

Aparte de su adicción a la cocaína y la marihuana, que había comenzado a consumir en mayo de 1983 en grandes cantidades, se trataba de un joven excepcional: excelente como estudiante, inteligente como pocos y bastante culto. Entre sus amigos (pocos según sus compañeros de universidad, muchos según él mismo), se relataba siempre con cierto orgullo que Miguel Angel había sido medio autodidacta y que gracias a sus estudios personales, había logrado validar su bachillerato en 1979, presentando, por demás, pruebas del ICFES con tan buenos resultados, que desde Bogotá, una comisión de ese instituto viajó a Barranquilla a repetirle el examen, creyendo que había hecho trampa y que debía anulársele. El examen se repitió y Miguel Angel obtuvo aún un mejor puntaje.


"De origen clase media-media", como él mismo se definió, Miguel Angel tuvo una infancia difícil. Su padre los había abandonado cuando él era muy niño y su madre volvió a casarse. Tras su segunda separación, ella entró en una crisis profunda, sufriendo grandes depresiones. Bebía mucho y en tres ocasiones trató de suicidarse, tomando frascos enteros de Valium. Miguel Angel, contando apenas con 11 años, había tenido que llevarla varias veces a una clínica para que le salvaran la vida. Pero los éxitos de sus estudios universitarios parecían haber borrado toda huella del pasado en él y también en su madre, una manicurista muy conocida entre las amas de casa de clase media alta de Barranquilla, a quienes les arreglaba las uñas a domicilio. Con lo que ella ganaba en ese trabajo y lo que él obtenía dictando clases particulares (una de sus alumnas había sido precisamente Nina Kaled y por esa razón se habían conocido) mantenían su casa. Al entrar a estudiar medicina, él contó con la suerte de que Carlos De Biasse, el mismo que habría de convencerlo de que se entregara, le proporcionara el dinero para pagar los estudios. Nina misma lo había ayudado al principio, cuando aún era secretaria en la Electrificadora del Atlántico y tenía acceso a la fotocopiadora, donde reproducía los costosos libros de medicina que Miguel Angel no podía costearse. Se habían hecho grandes amigos y él se llegó a convertir en amigo de la casa. Ella se había enterado de que Miguel Angel estaba consumiendo droga, poco tiempo después de su primera traba "en casa de un compañero de la universidad". Quiso aconsejarlo y segun él "trataba de comprenderme y de ayudarme". Por todo eso, él no atinaba a comprender las razones que lo habían llevado a cometer el triple crimen. Aceptó entregarse a la Policía sin siquiera saber si iba a confesarlo o no.

El último vuelo del sábado trajo de regreso a Barranquilla a Miguel Angel, en compañía de De Biasse, del mayor Salazar y de un agente del F-2. Salazar lo dejó descansar un poco cuando llegaron al cuartel de la Policía, sobre la avenida 20 de Julio. Hacia la medianoche inició el primer interrogatorio que terminó a las 2 y 30 de la madrugada del domingo. Miguel Angel dio una versión acomodada, asegurando que había salido de la casa del crimen a las 10 de la noche del domingo, al lado de don José Kaled. Aseguró que no había vuelto a la universidad -lo cual era cierto- por algunos problemas personales que tenía y dijo que se había ido a Bogotá de vacaciones, esperando quedarse hasta mitad de año, para entonces regresar a la universidad a seguir su carrera. Sobre el crimen dijo que sólo se había enterado tras la primera conversación con su madre, pues en Bogotá nadie se lo había dicho ni había leído los periódicos de esos días.


CONFESIÓN EN DOMINGO 

El mayor Salazar prefirió dejarlo descansar hasta el día siguiente y se fue a dormir analizando las incongruencias de la versión dada por Miguel Angel. La Policía ya había interrogado al amigo de Cartagena y sabía que él había llegado allá con la ropa ensangrentada y una mano herida. El domingo en la mañana, hacía eso de las nueve, se reinició el interrogatorio. Hasta el mediodía, Miguel Angel se sostenía en su versión y por un momento, el mayor Salazar y los dos agentes que lo acompañaban dudaron de su culpabilidad. Pero el jefe del F2 comenzó a insistir en ciertas preguntas y Miguel Angel a contradecirse. Cuando vio que se estaba derrumbando, lo dejó solo con los dos agentes y salió a tomar un tinto y a pensar un poco. Diez minutos después, uno de los agentes vino a llamarlo: "Mi mayor, el detenido desea hablar con usted a solas". Miguel Angel estaba dispuesto a confesarlo todo.

"Le pedí que aceptara el uso de una grabadora y no se opuso -cuenta el mayor Salazar- y luego le sugerí que aceptara un testigo para nuestra charla: el coronel Duque". Miguel Angel aceptó las dos solicitudes y narró toda la historia entre la una y las dos y media de la tarde del domingo. Luego el coronel y el mayor le hicieron nuevas preguntas para aclarar las dudas que tenían y hacia las 5 y media de la tarde, lo dejaron descansar. Una nueva charla entre 7 y 9 de la noche, les permitió convencerlo de que presentara al día siguiente una declaración escrita y firmada, delante del Procurador Regional y de un abogado. El aceptó, sugiriendo que la grabación fuera transcrita y que él la firmaría, pero el coronel Duque no aceptó 

Lo había contado todo. Relató que en efecto había salido de la casa con José Kaled a las 10 de la noche, pero que había regresado minutos más tarde. Desde las horas de la tarde, había comenzado a consumir marihuana y cocaína, algo más de dos gramos. Pasó la noche en el estudio de la televisión, acompañando a Nina a ver la serie "Dinastía", en cuyo capítulo de esa noche, Joan Collins y Linda Evans se habían trenzado a golpes en la alberca del jardín de la mansión Carrington. Luego leyeron la Biblia, como acostumbraban hacerlo de vez en cuando. Hacia la medianoche, Miguel Angel encontró una botella de aguardiente y comenzó a beber algunos tragos. Pasadas las doce y media y "sin responder a ningún impulso", como declararía tres semanas más tarde al enviado especial de SEMANA a Barranquilla, aprovechó que Nina había clavado los ojos en la lectura de un versículo del Nuevo Testamento, para asestarle un golpe seco más arriba de la nuca, con una de las trancas de madera de la puerta del estudio. Se dirigió entonces al comedor, donde siguió tomando de la botella de aguardiente y consumiendo la cocaína que tenía. Hacia las 3 y media -"son horas aproximadas", aclaró en su relato a la Policía-, se levantó con grandes deseos de tomar agua. Estaba deshidratado a causa de la mezcla consumida, y optó por dirigirse al cuarto del fondo, donde dormían doña Lucía y su nieta Lucía Fernanda. Despertó a la madre de Nina y le pidió un vaso con agua, que ella trajo de la cocina después de levantarse. Ella preguntó por Nina y fue a buscarla al estudio, a donde no alcanzó a entrar, pues antes de que pudiera hacerlo, Miguel Angel la golpeó unos centímetros arriba de la frente, con otra tranca de madera, esta vez la de la puerta del patio trasero. Ella alcanzó a levantarse, pero él la siguió y la remató cuando ya había caído al piso, a la entrada del estudio. Con un golpe final, la tranca se partió y él la abandonó a medio metro de su segunda víctima. Volvió al comedor y terminó la botella, mientras permanecía en un extraño limbo sin pensar en nada. Pasadas las seis de la mañana, Lucía Fernanda se levantó de la cama minutos después de que él mismo la despertara avisándole que su padre vendría pronto a recogerla. Ella se vistió y entre tanto él arrancó la cuerda de la cortina de la sala principal. Lucía Fernanda salió del cuarto y comenzó a gritar al ver los dos cadáveres. El trató de ahorcarla con la cuerda pero ella se defendió y volvió a gritar. Lo mordió en la mano derecha con todas sus fuerzas cuando él intentó taparle la boca y entonces él recogió la tranca con la cual había matado seis horas antes a doña Lucía y la golpeó. Ella buscó primero el teléfono y luego la puerta principal, pero un segundo golpe la derribó. El siguió golpeandola hasta destruirle el cráneo. 

Se lavó en el baño, desordenó buena parte de la casa y sustrajo 400 pesos en efectivo. Buscó la salida por el patio trasero, saltando la pared del fondo hacia un edificio en construcción.


LOS RUMORES

Por las características del crimen, los barranquilleros exigieron desde un principio que la investigación descubriera pronto a los culpables. Se creía que eran varios y la gente comenzó a propalar toda clase de rumores. No faltó quien le echara la culpa al M-19, en una llamada anónima a los teléfonos de la Policía. Los rumores crecieron cuando Miguel Angel fue traído a Barranquilla y la prensa y la radio comentaron extrañadas que en vez de haber sido conducido a la cárcel municipal, hubiese sido, según muchos, "cómodamente instalado" en el casino de oficiales de la Policía. La verdad es que Miguel Angel pasó las noches en el pabellón sanitario en construcción del cuartel, pero todas las diligencias judiciales se llevaron a cabo en el casino. Según el rumor callejero, el buen trato dado al detenido se habría originado en que el hotelero Carlos De Biasse, tenía muy buenas relaciones con el cuerpo de Policía de la ciudad y habría puesto su hotel de 5 estrellas, el Cadebia, al servicio de esa institución y de algunos de sus agentes en varias ocasiones. Las autoridades de Policía se negaron a confirmar esta versión a SEMANA, pero tampoco llegaron a negarla. Estas circunstancias y un buen número de rumores más, hicieron que aumentara la incredulidad de la gente ante la afirmación del coronel Duque, a fines de la semana pasada, de que el caso estaba resuelto. Luego, las mismas declaraciones de Miguel Angel desde la cárcel, en una entrevista que concedió a un grupo de periodistas, entre ellos el enviado especial de SEMANA, lo mostraron como un joven inteligente y frío. Sus respuestas, que muchas veces corregían las preguntas de los periodistas, fueron dadas con notable propiedad y calma. Eso sí, no quiso hablar del crimen: "No crean que les voy a contar toda la película", dijo con su inconfundible acento barranquillero.

Al final de la semana, medio país hablaba del caso, después de escuchar por radio las declaraciones de Miguel Angel Torres. Por primera vez en muchos años, se había presentado en Colombia un crimen patológico y arbitrario, de similares características a los cometidos en los Estados Unidos desde aquél en el cual se basara Truman Capote para su novela "A sangre fría". Todo indicaba que no había móvil y que sólo un psiquiatra sería capaz, no sin algo de suerte, de descifrar la situación y de ofrecer una explicación que de alguna manera la gente estaba esperando. 


A LO SHERLOCK HOLMES

Si el crimen cometido el lunes de carnaval en la casa de las Kaled en Barranquilla ha causado estupor, la rapidez con que ésta y otras investigaciones han sido resueltas por la Policía del Atlántico en los últimos dos años, no ha dejado de sorprender a algunos. En parte por estos aciertos y en parte por sus declaraciones a la prensa, calificadas por algunos como opiniones fascistas, en particular cuando se enfrentó al rector de la Universidad del Atlántico tras haber declarado que esa institución era "un nido de subversivos", el coronel Jesús Emilio Duque Montoya se ha ido convirtiendo en un personaje de la ciudad, con sus simpatizantes y sus detractores. Con 42 años de edad, 21 de ellos en la Policía, edecan del ex presidente Alfonso López Michelsen, y ascendido a Teniente Coronel hace tres años y medio, Duque ha contado con suerte en cuanto a los casos que ha debido enfrentar. Primero fue el asesinato de una prestante dama barranquillera, Jacqueline Caballero, muerta por un grupo de sicarios, contratados por su esposo, un dentista homosexual. En menos de 8 días, Duque y sus colaboradores resolvieron el caso tras detener a los autores materiales e intelectuales del crimen y obtener de ellos una confesión. A mediados del año pasado, la lujosa residencia del arzobispo de la ciudad, Monseñor Villa Gaviria, fue asaltada por un grupo de hombres que se movilizaban en una camioneta. A los 15 días, los asaltantes, que habían golpeado al anciano prelado, estaban en la cárcel. En diciembre, el asesinato del subtesorero de la ciudad parecía envuelto en un halo de misterio mayor que los que rodeaban los dos casos anteriores: pero en 3 días, Duque y su equipo obtuvieron los primeros indicios y detuvieron a un sospechoso. Ahora, el crimen de las Kaled parece haberse resuelto en menos de 18 días. Sin embargo, a Duque no le han faltado críticos y en varias oportunidades se ha enfrentado con la prensa por el tratamiento dado a éstos y otros casos. Pero la crítica más común que se escucha en contra de su labor es que sólo ha resuelto los casos "de la calle 72 hacia el norte" o sea, en los barrios residenciales de las clases altas. Sus investigaciones se han basado casi siempre en testimonios anónimos que le sirven como pista y se han caracterizado porque por lo general, los culpables confiesan. Duque asegura que los casos del norte de la ciudad se resuelven más fácil porque "la ciudadanía colabora más y nos llama a darnos cualquier información que considere valiosa. Entre las clases populares no se dá esa misma cooperación. Algo habrá que hacer para que, al igual que al norte, la ciudad-detective se implante en los barrios del sur".

Tomado de Revista Semana
http://www.semana.com/economia/articulo/yo-mate-las-kaled/5069-3